jueves, 22 de enero de 2009

¿Leer para aprender?

"Leer para aprender. Esta fórmula nos parece una evidencia hoy en día. Desde el siglo XIX el saber leer y la práctica de la lectura definen las condiciones del acceso a los conocimientos. Leer es el instrumento imprescindible sin el cual aprender es imposible. Analfabetismo e ignorancia se han vuelto sinónimos".

Así comienza la contribución de Roger Ghartier al Informe 2008 de La lectura en España, que bajo el lema "Leer para aprender", acaba de presentarse en sociedad. Las más de 300 páginas del informe (disponible en PDF) nos vuelven a poner la lectura en el punto de mira. El fomento y la animación de la lectura, todos estamos de acuerdo, tienen que seguir siendo empeño tanto de educadores como de editores y libreros. Pero la afirmación de Chartier parece conducirnos a un debate sobre alfabetización versus lectura, de corte ciertamente decimonónico, que no parece muy real. Nuestros jóvenes no son analfabetos, y los mayores de 45 años, que consumen televisión por un tubo, tampoco, pero no leen libros tanto como los editores y libreros queremos. La "lectura para aprender" no está reñida con "la lectura por placer". El problema es que no podemos convertir la lectura en un dogma, y la lectura de libros en un axioma. En la lectura intervendrá siempre la libertad del individuo –otra cosa es imaginar y diseñar estrategias para mostrarle la belleza y el placer que hay en la lectura–, y la lectura de libros no es el único tipo de lectura ni la única fuente de conocimiento. Traigo aquí la reflexión de Juan Domingo Argüelles en su último libro, Antimanual para lectores y promotores del libro y la lectura, donde afirma:

"Si hacemos de la lectura un fundamentalismo, transformamos un placer en una obligación insatisfactoria, dándole un signo falsamente moral a una abstracción (la lectura) que se torna hostigamiento y urgencia de religiosidad y catecismo. De tolerantes y alegres promotores de la lectura nos convertimos en extraños talibanes de signo contrario: en militantes de la imposición de leer, no porque sea precisamente un acto feliz (que por supuesto puede serlo), sino porque lo consideramos un acto "bueno", una práctica "conveniente", una costumbre "recta" y todo lo que suene a cumplimiento y observancia de mandato profético".
El libro no es un instrumento moral, ni es algo sagrado. No seamos beatos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Abrimos puertas a debates literarios...
Saludos!