jueves, 18 de junio de 2009

VENECIA EN EL RECUERDO

El verano ya está llamando a la puerta, así que ayer mismo, después de entregar la revisión de los ferros de este nuevo libro, decidí reservar habitación sin más dilación en el Pausania. Volveré a Venecia, por cuarta vez, con el libro en la maleta, a darme un homenaje después de varios meses de trabajo con él. Su traductora, mi amiga Nuria, ya hizo lo propio (y dos veces) hace unos meses, con su familia.


El poder de atracción del libro (que no puedes dejar de leer) es el mismo que produce una ciudad que trasciende el mito y el icono, para convertirse en cita obligada de todos los locos por lo decadente, como John Ruskin, Henry James, Thomas Man, Joseph Brosky, Luchino Visconti o Javier Marías.


Viajero, hispanista, diplomático, poeta y novelista, William Dean Howells recoge en Vida veneciana (Páginsas de Espuma, 2009) sus recuerdos de los dos años en que, en la segunda mitad del siglo xix, residió en Venecia como miembro del cuerpo diplomático estadounidense. En estas páginas, según Henry James, Howells se muestra como uno de los escritores norteamericanos con mayor encanto, gracias a su agudeza y a su vivacidad como observador, y como un viajero sentimental, que nos sirve de guía por los lugares menos conocidos pero más cotidianos de la ciudad de los canales.


Aunque los gloriosos años de la Serenísima República ya han pasado y la ciudad, tras perder su fulgor y su poder, permanece adormilada en manos de la dominación austríaca, aún son muchos los rincones y anécdotas donde late una vida llena de pasión y belleza. El libro está impregnado de cierto tono poético, y por sus mejores pasajes circulan personajes anónimos muy comunes de la vida cotidiana de la ciudad.

Observador incansable y detallista, Howells nos llama la atención hacia gran cantidad de cosas insignificantes que conforman el día a día de una ciudad que no se resiste a olvidar las cosas que hacen que la vida resulte agradable. Howells, según Henry James, está a la altura de Hawthorne, y logra que la literatura sea una parte fascinante de nuestras vidas.

«De la manera más sencilla, sin discursos, sin ostentación ni hipocresías, sino alternando de manera exquisita el humor y la tragedia, Howells consigue reflejar el persistente mutismo de la elocuencia italiana. [...] Howells, en conclusión, es un escritor de descripciones cuyo sentido y perfección, en nuestra opinión, ningún otro escritor americano, excepto Hawthorne, puede reclamar» (Henry James).

martes, 2 de junio de 2009

Wall-e y la vida de los mecheros

Unas líneas sobre La vida íntima de los encendedores: Animismo en la sociedad ultramoderna, del escritor mexicano Ignacio Padilla.

Lo primero que nos desconcierta es su título (no precisamente porque sea largo). Cuando tomo en mis manos el volumen descubro que hay algo que me interpela. El libro suscita en mí cierta inquietud que quizá me pone a la defensiva, en tanto que revela cierto misterio perturbador a desvelar; pero que en cualquier caso, como todo lo siniestro, genera en mí tanta expectación, rubor y atracción como cuando me encuentro con alguien, y no me resisto a abrirlo y comenzar a leer.

Este libro oculta un misterio, alguna de cuyas claves Padilla nos reveló en un libro anterior, El androide y las quimeras, donde sostiene:


«Acaso intercambiamos miradas con un desconocido, leemos con alivio las esquelas de una funeraria o cedemos nuestro sitio en el tranvía a una joven hermosa que sin embargo olvidaremos enseguida. Los borramos para defendernos de la memoria pura. Los ignoramos porque no queremos que todos sean alguien para nosotros. O quizá también porque nos aterra la idea de ser alguien para todos. Los olvidamos, en fin, porque en el fondo sabemos que también el anonimato puede ser un deseo velado de la existencia».

Los otros nos perturban, pero más nos inquieta esta soledad compartida ante las cosas. Para sobrevivir a la mirada expectante de los demás, recurrimos al blando anonimato. Para convivir con el silencio pastoso de las cosas, recurrimos, en cambio, a la fábula animista. Este libro, como toda persona, esconde un misterio que me perturba, y entre sus páginas late una promesa, alienta una vida que me interpela.

Decíamos en otra ocasión que el título del libro es su rostro, su cara. En este libro, tras el título, nos deslumbra la imagen de su cubierta: En el gesto simbólico de este hombre (en la sombra, anónimo, inquietante, promesa de algo, misterio latente) que enciende el cigarrillo a la mujer, en este gesto late la ficción animista: con el cigarrillo entre los dedos, la mujer aguarda a que el mechero literalmente la encienda. La apología del alma de los encendedores bulle en la mente de una parte significativa de la humanidad dispuesta a atribuir vida a los objetos inanimados.

«Contra la evidencia científica y la satanización del pensamiento mal llamado supersticioso –sostiene Padilla– la sociedad contemporánea no acaba de aceptar la extinción del alma de las cosas, de la misma manera en que no puede renunciar a los mecanismos defensivos que nos ofrecen la ficción, la imaginación, la fe, y la sugestión que, como el animismo, alguna vez mostraron su eficiencia para sobrellevar el desconcierto, la tensión, el miedo y la creciente soledad que nos provoca el universo material.«

«Frente a la impasibilidad de las cosas, el hombre moderno acude a la ficción animista, porque la lógica sigue siendo insuficiente para desentrañar los más antiguos misterios que aquellas nos suscitan. Si renunciásemos a creer en la divinidad, en la vida de los objetos o en el alma de los animales quedaríamos indefensos frente a la materia inerte.«

«Hallar vida en un objeto inanimado es más que una indulgente contraversión a los mandatos de la lógica: es la expresión espontánea y necesaria del pasmo que produce la consciencia de la propia finitud, nuestra pírrica rebelión contra el hecho ineluctable de que también nosotros terminaremos por ser cadáveres, pura materia inanimada.«

«Antes que aceptar la soledad cósmica –continúa Padilla–, el pensamiento mágico del hombre ultramoderno prefiere asumir que los objetos están vivos, y así en consecuencia tratarlos o maltratarlos. Nos resistimos a entrar en una madurez refractaria al misterio, todavía rechazamos la idea de que lo otro no está vivo. Deslindar las raíces del cómo, el porqué y el hasta dónde de la avidez animista de la sociedad ultramoderna es lo que anima en el fondo este libro».


En este libro encontrarán la confirmación de cómo esa avidez animista convive, en una especie de «etente cordiale», con nuestro más eficaz y pulcro racionalismo. Entre sus páginas descubrirán porqué nuestros mecheros aparecen y desaparecen en lugares insólitos o acaban en manos aparentemente equivocadas; cómo nuestros calcetines, desparejados siempre, se resisten a sucumbir a nuestra disciplina doméstica; cómo los androides y las muñecas mecánicas han dotado de calor hogareño nuestras más tristes soledades en el pasado; o cómo tiernos y adánicos robots recogedores de basura, a la espera de su particular Eva, llenan los cines con historias casi mudas de futuros apocalípticos.