jueves, 30 de julio de 2009

RUMBO A VENECIA: DESCENSO AL LABERINTO

A punto de embarcarme para mi cuarto viaje a Venecia, leo a Pamuk:

"La grandeza de Venecia no es triste, sino alegre y que me alegra. A uno le gustaría ver, contemplar sin cesar esta asombrosa belleza y, en lugar de comprenderla como un hecho histórico, vivirla, revivirla. Aquí mi primer impulso no es comprender, aprender, ni siquiera descifrar y reflexionar, sino mirar, ver, contemplar..."


Ojos atentos, mirada de niño, capacidad de sorprensa, asombro constante ante tanta belleza que se me anuncia pero a la que hay que aprender a descubrir, desvelar, mirar para contemplar. Goce estético e invitación a la introspección. Días de meditación y revelación. Descenso al laberinto.


Venecia es una mujer que te seduce pero a la que hay que saber amar. Si eres dócil, te lo dará todo. Si eres audaz, te descubrirá su secreto. Si te entregas sin condiciones, no la dejarás nunca.


Hasta la vuelta.

miércoles, 22 de julio de 2009

DE CAFÉS POR VENECIA

Los cafés literarios, esos lugares de la escritura, como nos cuenta el siempre brillante y seductor Claudio Magris, están irremediablemente ligados a la intrahistoria de cientos de escritores, pensadores y literatos que han mal vivido, durante horas, en sus salones, y escrito sobre sus mesas, en tardes soporíferas de espeso café y, antes, denso humo de conversaciones, tertulias y trifulcas.
Fernando Pessoa, Joseph Roth, Stephan Zweig, el propio Claudio Magris han sido habituales pensionados en cafés literarios de Lisboa, Viena, Berlín o Trieste. Un libro que me fascinó y que repasa la historia de los cafés como espacios literarios es el de Antoni Martí, Poética del café. Pero hoy quiero hablar de dos cafés en concreto, que redescubro literariamente gracias al libro de William Dean Howells, en su libro Vida veneciana, del que últimamente no dejo de escribir.
Howells vivió una Venecia ya decadente, que había perdido su brillo y esplendor, precisamente con la caída de la República Serenísima allá por 1859, por culpa del tratado firmado a espaldas de Italia entre Napoleón III y Francisco José de Austria, por el que Venecia quedó en manos austriacas. La presencia de los austriacos no ha quedado como un recuerdo anecdóctico en la vida de los venecianos, sino que su presencia se sigue haciendo notar en el día a día de la ciudad, tanto en la laberíntica numeración de sus casas (numeros rojos sobre campo blanco en elipsis), como en los dulces de sus pastelerías.
En esos años en los que Howells residió en Venecia, 1861-1865, la dominación austriaca se hizo más intensa en las disputas entre Austriacanti e Italianissimi, frecuentadores respectivamente del Café Quadri y del Café Specchi, este último hoy desaparecido. El Quadri, inaugurado en el lejano 1775 por Giorgio Quadri, que lo abrió al público como café turco, otra reminiscencia austriaca, tenía como habituales en su momento a Stendhal, Wagner, Balzac o Proust.
De los cafés de Venecia, brilla con especial luz el Café Florián, el café literario por excelencia, "atestado de turistas de todas las naciones" ya en tiempos de Howells. Inaugurado el 29 de diciembre de 1720, fueron clientes asiduos personajes de la talla de Casanova, Goldoni, Lord Byron, Goethe o Rousseau. El Florián se convirtió en tiempos de la dominación austriaca en el terreno neutral donde los dos bandos hostiles aceptaban encontrarse de forma distendida.
Y es que la esencia del café literario es precisamente su diplomacia, esa "academia donde no se enseña nada, pero se aprenden la sociabilidad y el desencanto". Magris, en su libro Microcosmos, nos invita a conocer su café preferido, el San Marco, de Trieste, pero sus reflexiones sobre su lugar de escritura trascienden lo local para convertirse en una verdadera poética del café como espacio literario. "Entre sus mesas no es posible hacer escuela, crear alineamientos, movilizar seguidores e imitadores, reclutar discípulos. En este lugar del desencanto... no hay sitio para falsos maestros".
Volveré pronto al Florián, a que me sableen con gracia y mucho estilo, y degustar esa sensación única de anonimato, de desarraigo que todo viaje interior tiene, de decadencia al contemplar una Piazza abarrotada de palomas y turistas. Y allí comenzará mi verdadero viaje: "Sentados en el café, se está de viaje; como en el tren, en el hotel o por la calle, uno tiene consigo poquísimas cosas, no se le puede adjudicar a nada ninguna vanidosa marca personal, no se es nadie. En ese anonimato familiar uno puede pasar desapercibido, desembarazarse del yo como de una mondadura".
Si me encuentras en el Florían, no me saludes, posiblemente no sea yo.

martes, 14 de julio de 2009

LA LLAVE DE VENECIA

Me gusta la literatura que se inspira en «ciudades icono». La literatura de viajes y en concreto la dedicada a ciudades emblemáticas ejerce en ciertos lectores una fascinación especial. El género es muy frecuentado por los lectores-escritores que, como Paul Bowles, no se sienten turistas sino viajeros. La clave de todo está en que los lectores-viajeros nos acercamos a estos libros, llegamos a estas ciudades, con los ojos abiertos y el convencimiento de que cuando terminemos la lectura, cuando regresemos de ellas, seremos otras personas, algo habrá cambiado en nuestro interior.


La lectura expectante es lo que provocan libros como Vida veneciana, de Howells (o Constantinopla, de Edmondo De Amicis), que tras la descripción aparentemente prosaica de la vida cotidiana de una ciudad concreta, late toda una sensibilidad y una manera de hacer y vivir la literatura. Una literatura que, como esas ciudades, nos transforma. Por eso hay dos tipos de libros en esto del género «literatura de viajes»: los que se limitan a recopilar rutas, itinerarios y viajes (modelo «de oca a oca y tiro porque me toca», que te deslumbran pero no te conmueven); y aquellos que, por el contrario, te empapan de la idiosincrasia del lugar, provocan un encuentro personal del lector con la ciudad, y te descubren un misterio que se abre al lector atento.
A través de los ojos de Howells, del que apenas disponemos en sus páginas de cuatro pinceladas personales, en su Vida veneciana descubrimos todo un mundo rico en matices, una vida cotidiana llena de belleza, de luz y autenticidad, y a través de esas imágenes, logramos vislumbrar algo de ese misterio de la ciudad, y de paso algo del alma de la persona que nos cuenta todo esto. Otro es el caso del libro del poeta Henri de Régnier (1864-1936) que en Venecia, recientemente publicado por Cabaret Voltaire, y que compila sus Cuentos venecianos (1927) y sus Esbozos venecianos (1906), nos descubre otra imagen de Venecia totalmente distinta a la descrita por Howells.




La Venecia de Régnier es más poética y romántica, está impregnada por el misterio y la intriga, y su lectura nos deja un poso de tristeza y melancolía. Si la invitación de Howells nos lleva a la Venecia de la luz y la vitalidad propia del Gran Canal, la de Régnier nos conduce con pasos silentes por callejones oscuros y jardines ocultos, a la sombra de misterios tenebrosos. Pero en Régnier, como en Howells, late ardiente la fascinación por una ciudad que nos seduce y atrapa:



«Su nombre solo induce al espíritu a ideas de voluptuosidad y melancolía. Decid: "Venecia", y creeréis oír como cristal que se quiebra bajo el silencio de la luna... "Venecia", y es como tela de seda que se rasga en un rayo de sol... "Venecia", y todos los colores se confunden en una tornasolada transparencia. ¿No es un lugar de sortilegio, magia e ilusión?».



De los Esbozos, la parte que más me ha gustado del libro, selecciono «La llave» como el relato con más fuerza, el más redondo e impactante, el más preclaro, que lleva a «tocar» el misterio de esta ciudad. Con un punto esotérico, comprensible para los iniciados en el arte de frecuentar y amar la ciudad de Venecia, la imagen de la llave se erige como el talismán que todos los enamorados de Venecia quisiéramos poseer.


«¡Qué me importa que se me tome por un extranjero! ... Acaso no tengo, en mi bolsillo, mi gran llave negra que me demuestra que soy un verdadero veneciano y que abro la verja de hierro cuya cerradura oxidada, más tarde, hurgaré...». Para todo amante de Venecia, paraíso perdido, la ciudad siempre tendrá un algo de mujer inalcanzable, de misterio nunca descifrable del todo, de gracia inaprensible.


Lo más duro para todo enamorado es saberse siempre extranjero. La llave tiene, por tanto, una carga simbólica de una densidad casi erótica: «cada noche, la gran llave atestigua que no soy, oh Venecia, un vil transeúnte a través de tu belleza, sino alguien prisionero para siempre de su sortilegio, cuyo emblema es esta llave, y que me gusta llevar en la mano como un talismán familiar y como un signo de mi querida cautividad».

jueves, 2 de julio de 2009

VIDA VENECIANA, DE W. D. HOWELLS

Posiblemente ninguna ciudad haya generado tanta literatura, tanta pintura o tanto cine como Venecia. Y posiblemente Vida veneciana, del estadounidense William Dean Howells, sea el punto de partida de los libros de viaje que tienen como centro y destino la ciudad de los canales.Se publicó en 1866 y es la autobiografía veneciana de William Dean Howells, que vivió en la ciudad cuatro años como diplomático, y al que Henry James calificó en el artículo que figura como prólogo del libro como uno de los escritores americanos de mayor encanto y sin duda como uno de sus viajeros más eficientes.


Esa eficiencia nace, antes que de la buena prosa de Howells, de su capacidad observadora, de su mirada aguda y minuciosa, dedicada -como él mismo explica- a observar esta VENECIA, que muestra, con respecto a otras ciudades, la misma grata inverosimilitud que el teatro muestra hacia la vida diaria.



Con la suma de esa mirada atenta a los detalles menores y a los hechos triviales, que son los que de verdad definen el espíritu de la ciudad y el tono de la vida veneciana, y con el indiscutible mérito literario que James elogia en el diplomático, Howells escribe un magnífico texto que va más allá de las convenciones y limitaciones de un libro de viajes. Recuerda su llegada a la ciudad, evoca el invierno veneciano y el comienzo del calor, nos invita a un paseo al amanecer, a la ópera y al teatro, nos introduce en las cenas venecianas y en sus peculiares comensales, habla de un balcón sobre el Gran Canal o de las islas de las lagunas o narra sus visitas a las iglesias y describe sus pinturas.

Y a medida que pasa el tiempo y avanzamos en la fluidez del texto, el viajero va ahondando en el conocimiento de la realidad social veneciana, en el análisis del carácter de sus habitantes, con las peculiaridades de los armenios y los judíos de Venecia, muestra los ciclos festivos de la ciudad, las celebraciones navideñas, los rituales de las bodas o los entierros, antes de cerrar los más de veinte capítulos del libro con el recuerdo de su último año en Venecia, recordado siete años después.



Explicaba Henry James que con las dotes de su autor este libro no tenía muchas probabilidades de estar mal escrito. Ahora lo pone al alcance del lector español Páginas de Espuma en una cuidada edición, traducida por Nuria Gómez Wilmes y anotada oportunamente por Francisco Javier Jiménez.

Santos Domínguez
entrada de Revista Encuentros



William Dean Howells.
Vida veneciana.
Prólogo de Henry James.
Traducción de Nuria Gómez Wilmes.
Edición de Francisco Javier Jiménez.


Páginas de Espuma. Madrid, 2009.