jueves, 17 de septiembre de 2009

Travesía ultramarina a los libros: Juan Domingo Argüelles, poeta


El regreso a la ciudad no sólo implica una repatriación a la rutina, al ruido, al insomnio y al trabajo a deshoras. Grato es volver para, en los momentos perdidos e inesperados, recalar en los pozos donde uno va saciando su sed. Uno de esos mis pozos es la Librería Pasajes, donde esta tarde me esperaba una sorpresa anunciada.


La Travesía, antología ultramarina (1982-2007), el nuevo libro de Juan Domingo Argüelles, nos da a conocer al poeta y al amante de los libros. Juan Domingo, prolífico autor de libros que hablan de la lectura y del libro, reune sus poemas más queridos en esta antología "para España", que publica impecablemente Renacimiento, en su Colección "Azul".


De sus poemas, selecciono uno que podría servir a modo de lema de la labor que por el fomento y la difusión de la lectura, por un lado, y por la desmitificación del libro y la edición, por otro, con tanto acierto ha venido luchando Juan Domingo durante estos años. El poema se titula "Un libro, este libro, cualquier libro", y viene dedicado Para el lector posible:


Un libro,
sin el pensamiento
y la sensibilidad,
no sirve para nada.

Mucha gente que lee libros
olvida esto, pero tú no lo olvidarás.
Lo importante de un libro
no es el libro en sí,
sino lo que suscita el libro,
lo que sucede, irremediablemente,
después de leer un libro,
este libro, cualquier libro.
Tú que lees libros,
por favor, no lo olvides.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

De regreso de mi "sueño oriental". Entre Venecia y Constantinopla


Los regresos siempre son duros. Mi silencio de estos días es significativo, no logra más que disimular la nostalgia de los días dorados, la melancolía por el retorno, la esperanza ilusionada por volver... Contemplo, como De Amicis, del que ya he hablado en alguna ocasión, la senda que marca el barco en su partida de vuelta: «¡Mi bello sueño oriental ha concluido!», última línea de su maravilloso libro dedicado a una Constantinopla que ya no existe, allá por finales del siglo XIX.


Descubrí Constantinopla gracias a Pamuk, con cuyo Estambul bajo el brazo he disfrutado lo suyo estos días de veraneo, que no de vacaciones, como decía nuestro amigo Constantino Bértolo. La melancolía que a De Amicis le producía la partida le hace acordarse de otro desterrado, de Ovidio, cuyos versos inspiran al italiano: «quocumque auspicias nihil est nisi pontus et aer…». En el frío destierro escribió el poeta las Pónticas. «Adonde quiera que miro, no veo sino mar y cielo el uno, hinchado por las olas».

Constantinopla desaparecía en el horizonte ante la mirada ya nostálgica de De Amicis: «Las dos márgenes de Asia y Europa se reducen a dos tiras negras… Pero la veo todavía a mi querida Constantinopla…». Para un enamorado de esta ciudad, la partida se hace traumática, fuente constante de inspiración: “Más que por la belleza, Constantinopla es una ciudad en que no se puede habitar algún tiempo sin recordarla después por toda la vida con un sentimiento de casi nostalgia. Por eso también los europeos la aman con entusiasmo y echan allí profundas raíces”.

Hago mías las palabras de De Amicis, pero para recordar ahora la impronta que me ha dejado esta cuarta estancia en Venecia. El recuerdo permanecerá vivo, muy vivo, hasta que retorne en un par de años… Comparto con vosotros uno de los tesoros que he traído conmigo: Una postal que nunca escribí, porque al fin mis planes de acercarme a Trieste, ciuadad de Magris, de Zvevo, de Joyce, de tantos..., se vieron truncados por la maldición de aquél que sucumbe ante la poderosa belleza de esta ciudad, que te atrapa y seduce, que te retiene, una vez más… Una postal enviada desde Trieste en 1919, con «recuerdo afectuoso», que recibió alguien en alguna pequeña pensión veneciana… Un afecto que ha permanecido latente desde el 20 de agosto de 1919, como anuncia el matasellos, en forma de recuerdo postal que en su día llegó en tren atravesando la laguna y hoy, tras un viaje en avión, descansa entre los libros de mi biblioteca veneciana.


Con Pamuk viajé de Venecia a Estambul, y de su mano, de la de Amicis y Runciman (su libro sobre la Caída es imprescindible), redescubrí también la Estambul más literaria, Constantinopla, «de día la ciudad más espléndida de Europa, y de noche la ciudad más tenebrosa del mundo». Con Pamuk también descubro nuevas razones para leer, para seguir leyendo y para seguir escribiendo:
«¿Por qué escribo? ¡Escribo porque me sale de dentro! Escribo porque soy incapaz de hacer un trabajo normal como los demás… Escribo no para contar una historia sino para crear una historia. Escribo para librarme de la sensación de que hay un sitio al que debo ir pero al que no consigo llegar, como en un sueño. Escribo porque no consigo ser feliz. Escribo para ser feliz», leo en La maleta de mi padre.
Pamuk me sale al encuentro, además, precisamente estos días, para mí cargados de recuerdos y nostalgias. He comenzado Otros colores y leo en «Mi padre»: «La muerte de cada hombre empieza con la de su padre». Días de nostalgia, días llenos de buena literatura, retorno del laberinto y nuevos comienzos, con proyectos, con la ilusión de volver a tanta belleza…
«Los últimos restos de la neblina se desvanecen, y el tono claro oscuro azulea, resplandece, cabrillea, brilla, ¡es agua, es cristal, es un espejo, es una rada, es un estrecho, es un mar!, ¡ya son dos mares!...».
Días dorados de lecturas y sueños... Seguiremos leyendo, seguiremos soñando.