jueves, 29 de enero de 2009

Duelo de titanes, con "Lancaster Herralde" y "Douglas Balcells"

Hace unas semanas tuve ocasión de deleitarme con la exclusiva que la revista Vanity Fair, publicó en papel bajo el título de "Ajuste de cuentas": una entrevista a dúo con Jorge Herralde y Carmen Balcells, dos titanes de la edición en España, que en estas fechas cumplen 40 años de labor profesional. Hacía dos años que no se veían las caras y, en casa de ella, la entrevistadora decide, con buen criterio, no lanzar preguntas, sino dejar hacer... La "superagente literaria", Mamá Grande, hace balance de estos años de duro y apasionante trabajo, en nombre de los dos: "somos dos entusiastas de la supervivencia".
¿Cómo van a afrontar ambos las consecuencias del tsunami de la sobreproducción editorial del último trimestre del 2008 y la tan cacareada crisis del sector, por un lado, y la llegada inminente a España del entorno digital para el libro, por otro? Ambos ya han descubierto sus cartas, o mejor, sus revólveres, y ambos disparan a matar:
"Lancaster Herralde" ha lanzado a bombo y platillo su Biblioteca Anagrama, en quioscos, y a 9,95. Parece que a los libreros no les ha sentado muy bien la tarta de cumpleaños que el super editor independiente les ha preparado para celebrar su cumpleaños, como nos filtraba el otro día Manolo Rodríguez Rivero. Pero esta semana ya ha salido la segunda entrega de la dorada biblioteca, con dos títulos al precio de uno.
Por su parte, "Douglas Balcells" se pasa a lo digital, y lidera un movimiento estratégico hacia la gestión de los derechos digitales de sus autores representados, en una operación que ha cerrado con la plataforma Leer-e. Los e-books, de obras emblemáticas de Gabriel García Márquez, Camilo José Cela o Miguel Delibes, ya están a la venta, a 4,99 del ala. Ella lo tiene muy claro: "es mucho más importante el contenido que el papel".
Parece que estos carrozas de la edición tienen mucha guerra aún que dar, y se pasan al low cost. Para algunos, el año pasado fue el del zafonazo. Para otros, una de pijamas. La película de la temporada, para estos, va de vaqueros, "duelo de titanes". Cuidado con las balas.

martes, 27 de enero de 2009

¿Leer para aprender? y III: Si quieres, lee...

"La lectura es el instrumento o herramienta única para acceder a la sociedad de la información y el conocimiento y evitar fracturas sociales y, por tanto, mejorar la igualdad y fomentar la riqueza de las distintas colectividades."
Así de rimbombante comienza el Informe de la Lectura en España 2008, que bajo el lema "Leer para aprender", he comentado en mis últimas entradas. La verdad es que esto me suena, otra vez, a sermón. y los sermones no son los mejores aliados para pormover y fomentar la lectura. Al hilo del del informe, me gustaría compartir contigo, mi lector, las palabras de Juan Domingo Argüelles, que acabo de rescatar de su Antimanual, a modo de "La animación a la lectura en ocho pasos":
  • Si quieres, lee… Y verás que la lectura no es lo que te han dicho tantas veces, cuando con voz engolada te aseguran que leer es importante porque te hace importante.
  • Si quieres lee… Y verás que los sermones sobre la lectura nada tienen que ver con el placer de leer.
  • Si quieres, lee… Y verás que ningún libro es más importante que la vida, pero que los libros sirven, a veces, para darle a nuestra vida un sentido que no habíamos descubierto.
  • Si quieres, lee… Y verás que todas las hipérboles cultas y demasiado elaboradas, artificiales y efectistas cuyo objetivo es decirte que leas, que leas y que leas, tienen un grave defecto: son discriminatorias y ofensivas.
  • Si quieres, lee… Y verás que este no es un lema ni una orden; es tan sólo una sugerencia, pues no quiere decir que los que no leen están ciegos, sino que quienes deseen leer podrán ver que leer puede ser muy diferente de lo que connotan los discursos autoritarios y dogmáticos sobre la lectura.
  • Si quieres, lee… Y verás que hay libros tan pesados como un plomo y otros tan ligeros como el aire.
  • Nosotros decimos: si quieres, lee.
  • Si quieres lee. Lee y verás.
El otro día recordaba que leer no admite imperativo, como amar, y que la lectura no es un fin en sí misma. El fin de la lectura no es leer libros, sino el encuentro con el otro y conmigo mismo, con mi verdad. Julián Marías nos enseñó que el hombre no nace, se hace, es futurizo, se proyecta en el futuro, y cada tarea que emprende o desempeña se instala en una vida, su vida, que implica un proyecto y diversas trayectorias, y que en ese proyecto juega un esencial papel el encuentro personal con el otro. Pues bien, leer no es algo que se imponga mediante sermones, sino que se comparte, con cordialidad y entusiasmo; implica, pues, un encuentro personal; no sólo una comunicación, sino una comunión.
“Un buen promotor de la lectura que es, a la vez, un buen lector –nos insiste Argüelles–, sabe compartir sus satisfacciones de lectura con aquellos que están dispuestos a intercambiar las experiencias del goce”. Los sermones no sirven para promover y fomentar la lectura, y el libro no es un fetiche sagrado; lectura y libro no son un final, sino un comienzo.

viernes, 23 de enero de 2009

¿Leer para aprender? II: El derecho a no leer

El nuevo Informe de Lectura 2008 que el Ministerio ha presentado estos días bajo el lema "Leer para aprender" me está haciendo reflexionar mucho sobre en qué consiste realmente el fomento de la lectura en la sociedad actual, cuando median las instituciones públicas. En el Informe se recuerda que "el Ministerio de Cultura decidió lanzar una estrategia coordinada con la Federación de Gremios de Editores de España (en adelante, FGEE) con el fin de generar una «movilización social a favor de la lectura»". La "movilización" general tiene cierto tinte militarista, y el fomento de la lectura, en manos de Ministerios y Federaciones, ha activado las alertas de distintos intelectuales en estos últimos años, en tanto que consideran que está amenazada la lectura en tanto que ejercicio de la libertad del individuo. Hoy quiero comentar el caso de Daniel Pennac, que en su libro Como una novela, se atrevió a redactar un decálogo de derechos de los lectores:
1. El derecho a no leer.
2. El derecho a saltarnos las páginas.
3. El derecho a no terminar un libro.
4. El derecho a releer.
5. El derecho a leer cualquier cosa.
6. El derecho al bovarismo.
7. El derecho a leer en cualquier sitio.
8. El derecho a hojear.
9. El derecho a leer en voz alta.
10. El derecho a callarnos.
Leyendo estos días el Antimanual para lectores y promotores del libro y la lectura, de Juan Domingo Argüelles, he recuperado estas reflexiones acertadas de Pennac, que van en la línea de recordarnos el derecho a no leer. Como subraya Argüelles, "las libertades del lector y las del no lector deben estar fuera de toda duda; son irrenunciables, democráticamente, humanamente, más allá de ideales ilustrados asumidos como dogmas". Hace unas semanas tuve oportunidad de comentar aquí cómo algunos reputados autores de best sellers infantiles proclamaban a los cuatro vientos que "la lectura es un fin en sí misma". Pues bien, leer un libro no puede imponerse, no puede ser objeto de una "movilización" ministerial. Leer no es una religión. Ni el arte, ni la literatura, ni los libros ni la lectura son fines en sí mismos. Como nos insiste Pennac, "el verbo leer no soporta el imperativo", y sin embargo, vivimos en una sociedad que, con o sin Informe, manda leer. Argüelles sentencia: "Mandar leer ha hecho más daño a la lectura que todas las horas juntas de televisión y videojuegos". La lectura no se impone, se propone, y, como nos ilumina Manguel, "el amor por la lectura se aprende, pero no se enseña". El lema del Informe, "Lee para aprender", llama analfabetos y brutos a los que no leen –porque, simplemente, no les da la gana– y eso es discriminación y arribismo. Por ello, el único lema admisible respecto la lectura es "Lee lo que quieras".

jueves, 22 de enero de 2009

¿Leer para aprender?

"Leer para aprender. Esta fórmula nos parece una evidencia hoy en día. Desde el siglo XIX el saber leer y la práctica de la lectura definen las condiciones del acceso a los conocimientos. Leer es el instrumento imprescindible sin el cual aprender es imposible. Analfabetismo e ignorancia se han vuelto sinónimos".

Así comienza la contribución de Roger Ghartier al Informe 2008 de La lectura en España, que bajo el lema "Leer para aprender", acaba de presentarse en sociedad. Las más de 300 páginas del informe (disponible en PDF) nos vuelven a poner la lectura en el punto de mira. El fomento y la animación de la lectura, todos estamos de acuerdo, tienen que seguir siendo empeño tanto de educadores como de editores y libreros. Pero la afirmación de Chartier parece conducirnos a un debate sobre alfabetización versus lectura, de corte ciertamente decimonónico, que no parece muy real. Nuestros jóvenes no son analfabetos, y los mayores de 45 años, que consumen televisión por un tubo, tampoco, pero no leen libros tanto como los editores y libreros queremos. La "lectura para aprender" no está reñida con "la lectura por placer". El problema es que no podemos convertir la lectura en un dogma, y la lectura de libros en un axioma. En la lectura intervendrá siempre la libertad del individuo –otra cosa es imaginar y diseñar estrategias para mostrarle la belleza y el placer que hay en la lectura–, y la lectura de libros no es el único tipo de lectura ni la única fuente de conocimiento. Traigo aquí la reflexión de Juan Domingo Argüelles en su último libro, Antimanual para lectores y promotores del libro y la lectura, donde afirma:

"Si hacemos de la lectura un fundamentalismo, transformamos un placer en una obligación insatisfactoria, dándole un signo falsamente moral a una abstracción (la lectura) que se torna hostigamiento y urgencia de religiosidad y catecismo. De tolerantes y alegres promotores de la lectura nos convertimos en extraños talibanes de signo contrario: en militantes de la imposición de leer, no porque sea precisamente un acto feliz (que por supuesto puede serlo), sino porque lo consideramos un acto "bueno", una práctica "conveniente", una costumbre "recta" y todo lo que suene a cumplimiento y observancia de mandato profético".
El libro no es un instrumento moral, ni es algo sagrado. No seamos beatos.

lunes, 19 de enero de 2009

Bestiario de la edición I: Los topos

"El Topo había estado muy atareado toda la mañana, haciendo una limpieza general de su casita para celebrar la llegada de la primavera. primero con escobas, luego con plumeros; después con una brocha y un balde de cal, encaramado a escaleras, taburetes y sillas, hasta que tuvo la garganta y los ojos llenos de polvo, salpicaduras de cal por toda su negra piel, la espalda dolorida y los brazos cansados".
Así comienza El viento en los sauces, una de las obras más representativas de la Edad Dorada de la literatura infantil inglesa, escrita por Kenneth Grahame. Su personaje central, Mr. Mole –un inteligente y prudente topo, que vivirá apasionantes aventuras con sus amigos del Río– me sirve para ilustrar al primero de los retratos de este Bestiario de la edición que hoy comienzo.
El topo es un animal trabajador, hacendoso, pero como todos sabemos, el topo vive y trabaja bajo tierra, es ciego y el fruto de su labor –por muy reluciente que sea– no ve la luz. Y es que el topo vive, nunca mejor dicho, en trincheras, pero en la retaguardia. El sector del libro en España, que se caracteriza, entre otras cosas, por su hermetismo y su falta de transparencia, se nutre de estos topos para "tomar el termómetro" en las distintas coyunturas.
Así, el amigo Manuel Rodríguez Rivero nos tiene acostumbrados a sus jugosos comentarios sobre la vida del sector del libro y la edición, en los que nos da cuenta de sus charlas de té con sus amigos topos de CEGAL, para hablar del descenso de las ventas en librerías en los últimos meses; o nos confía sus conversaciones con sus topos de la FGEE, sobre las elecciones a la Presidencia de la Federación de Editores.
No obstante su diligencia, el topo siempre llega, de todas formas, tarde, y como el propio Rodríguez Rivero afirma: "mis topos, pobrecillos, nunca me dicen nada que no sepa ya casi todo el mundo". Pues eso, "menos topos, Caperucita".

viernes, 16 de enero de 2009

La universidad de nuestros abuelos: nostalgia y memoria histórica

Ayer, 15 de enero, se cumplieron los 75 años de la inauguración del edificio de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Madrid, la actual Complutense, en el Campus de Moncloa. Ayer mismo decidí visitar, en homenaje particular a la facultad donde estudié, la Exposición organizada por tal motivo en el Conde Duque. Su programa de mano es una delicia, la exposición está hecha con cuidado, al mínimo detalle, con documentos y objetos de la época de la República, e infinidad de información preciosa, recogida en un imponente Catálogo (a la venta en librerías, yo lo hice en la Librería Antonio Machado), un testimonio esclarecedor de lo que la Universidad de la República fue y lo que luego, tras la Guerra, llegó a ser. Un homenaje a sus profesores, a sus alumnos, a sus alumnas (universitarias pioneras en los años treinta) y sobre todo un ejercicio de memoria histórica necesario. Una historia, más allá de vencedores y vencidos, que había que recuperar.
A esa generación de intelectuales formados en la universidad de los años treinta perteneció Julián Marías, pensador que me acompaña en mis lecturas y en mi labor editorial desde hace tiempo. Marías es uno de los pensadores humanistas más completos del siglo XX y uno de los intelectuales más sobresalientes de nuestra historia reciente. Coincidiendo con este 75 aniversario, edito ahora El vuelo del Alción. El pensamiento de Julián Marías, un libro colectivo que pretende fijar de un modo muy detallado su aportación personal y filosófica al pensamiento occidental. El resultado ha sido un riguroso trabajo pluridisciplinar que, desde un planteamiento divulgativo, reúne por primera vez a los mejores conocedores de su vida y su obra.
En colaboración con la Asociación Española de Personalismo, el libro propicia un espacio abierto de encuentro científico en torno a la figura de Marías, y se convierte en una obra de referencia, con vocación de futuro, que reivindica la urgente necesidad de aunar esfuerzos para transmitir los saberes y las vivencias de un humanismo integral y personalista, que tan bien supo encarnar Julián Marías en una vida puesta al servicio de la sociedad española, ávida -entonces y ahora- de razones para vivir y soñar.
Invitación a la Exposición, invitación a la lectura, a la memoria y a la justicia histórica.

jueves, 8 de enero de 2009

El efecto hormona: El mercado de la literatura juvenil

El pasado sábado se publicó en Babelia un artículo de fondo dedicado a la literatura juvenil, en el que, bajo el lema "A la conquista de los lectores perdidos", varios escritores y expertos exponían sus propuestas para que los niños no dejen de leer cuando se hacen mayores. Los escritores consultados son conocidos de todos: tres nacionales, Elvira Lindo, Laura Gallego y Jordi Sierra i Fabra; uno internacional, Cornelia Funke. El experto, el sociólogo de la Universidad Complutense Rafael Feito.
De algunas de sus opiniones, me gustaría comentar lo siguente. Todos coinciden en que a partir de los 13 años, los niños, que ya no son tan niños, dejan de leer, o leen menos de lo que era habitual en ellos. Esto preocupa a los escritores, que concienciados de la necesidad del fomento a la lectura, nos recuerdan a lectores y a no lectores que "el principal fin de la lectura no debe ser el didáctico, sino el propio placer de leer". Por si no nos había quedado claro, más adelante alguno subraya: "La lectura es un valor en sí misma".
A aquellos jóvenes que abandonan sus lecturas infantiles o que, tras sus primeros coqueteos frustrados con los libros no-de-texto, no llegan a convertirse en lectores frecuentes, estos escritores los denominan "lectores perdidos". Pero, ¿perdidos para quién?
Me confieso un defensor acérrimo de la lectura y de los libros, pero reconozco que sentencias como las que descubro en este artículo me suscitan cierta reserva, y confirman lo que alguno ya ha denominado la dictadura de la lectura y la sacralización del libro. Fundamentar una campaña de fomento de la lectura en la máxima "la lectura es un placer y es un valor en sí misma" no creo que resulte práctica: podrá ser entendida por los lectores frecuentes, pero un lector infrecuente (no creo que exista un no-lector puro) no entenderá nada, precisamente porque su dificultad estriba en comprender que eso tan hostil para él como es un libro pueda darle ningún placer. Recupero aquí una reflexión de Joaquín Rodríguez que vertió en su blog y que ahora recoge su libro: "los libros, para los no lectores, para los que no disponen de las competencias necesarias, son objetos inaccesibles, indeseables por tanto y, por ende, también, los espacios donde se reúnen y se amontonan, las librerías".
Como en todo, hay que buscar culpables, y los escritores entrevistados consideran que la razón por la que los jóvenes no leen es por la "explosión hormonal". "El cuerpo está demasiado ocupado en otras cosas". Sin entrar a analizar este flagrante dualismo antropológico, lo que sorpende de este tipo de análisis es su simpleza, su tosquedad y, por desgracia, reflejan un tópico muy manido. De la hormona adolescente parecen sacar muy buen partido los responsables de marketing de empresas fabricantes de condones y compresas, pero parece que no ocurre lo mismo con el mundo literario y editorial.
Hace unos días leía en el blog de Roger Michelena las reflexiones de Juan Domingo Argüelles sobre el placer de la lectura. No puedo sino estar de acuerdo con él en que la lectura me genera un profundo y en ocasiones intenso placer, pero habrá que entender que nos referimos a una meta, a un punto de llegada. El lector infrecuente no puede partir de una experiencia que aún no posee. Tenemos, por tanto, que imaginar otras estrategias para acceder a este joven, para ser capaces de transmitirle las virtudes de la lectura y el cacareado placer que nos produce a los lectores frecuentes.
Es el turno del sociólogo, que a la explosión hormonal suma la falta de tiempo de los estudiantes, que, junto al estudio y las actividades extraescolares, se reparte con el uso de la televisión. Hace unos días se han publicado las cifras del consumo de televisión en 2008, con una marca histórica de 227 minutos diarios. Lo curioso es que el porcentaje de consumo de televisión en niños entre 4 y 12 años a aumentado en 4 puntos, mientras que en la franga comprendida entre 13 y 24 ha descendido en 2 puntos (deberíamos cruzar estos datos con los del Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros elaborado por Conecta para la FGEE). Obviamente no todo es televisión para un chaval de 13 años, y el uso de Internet en esas edades está aumentando considerablemente. De todas formas, el "gran obstáculo", según escritores y experto, para que los chicos se "enganchen" a la lectura está en la escuela y en sus "lecturas obligatorias", cuando según los datos del Barómetro "el 97,4 % de los niños afirma que en su colegio sus profesores les animan a leer". Quizá haya que pedir cuentas al Ministerio de Educación, y no a los profesores. De todas formas, los escritores entrevistados por Babelia subrayan la necesidad de prescindir de los "clásicos", llenos de polvo, para sustituirlos en los planes de estudio por lecturas más "atractivas" para los chicos. Alegan para ello que un 60% de los jóvenes lee los libros "que ellos mismos han elegido" (se refiere, obviamente, a sus lecturas no-de-texto o extraescolares). Aunque alguna opinión discrepa y, más prudente, propone combinar clásicos con populares, los argumentos esgrimidos por los entrevistados ya no sé si rayan en la ingenuidad o en el cinismo. Son autores, precisamente, de los best sellers juveniles más conocidos en España, algunos con cifras millonarias de facturación, y precisamente también, en plantilla de algunos de los grupos editoriales más importantes del país, como SM y Alfaguara. Sus libros, tan populares entre los jóvenes, no sólo han sido objeto de agresivas campañas de marketing, sino que en muchos colegios están prescritos como lecturas recomendadas o incluso obligatorias. El fomento de la lectura -apoyado en la prescripción institucional- es un gran negocio para algunos, un gran mercado que no puede permitirse dejar escapar a "lectores perdidos".
Más allá de buscar culpables, y trascendiendo los argumentos torpes esgrimidos, el fomento de la lectura entre nuestros jóvenes pasa, no obstante, por la implicación de otros actores sociales, que son directamente responsables de que nuestros jóvenes no se animen a leer. El primero la familia, no sólo los padres, sino el entorno familiar, que sin el ejemplo lector, difícilmente puede hacer atractivo al joven la lectura. Es alarmante el dato que refleja el Informe anual de audiencias del aumento en 7 puntos del consumo de televisión en los adultos en edades comprendidas entre los 45 y 64 años, el más alto por grupo de edades. Un segundo actor implicado es el editor: los editores son responsables directos de la falta de interés por la lectura: sus prácticas comerciales son agresivas y abrasivas; su asesoramiento es casi inexistente en psicología del desarrollo a la hora de ajustar contenidos y perfilar los aspectos formales (tipos y cuerpos de letra, interlineados..-) de los libros de su programación editorial, en función de los grupos de edades; el peso de los argumentos comerciales y financieros es determinante a la hora de elaborar su catálogo editorial, de tal manera que el número de ejemplares vendidos en otros países es la razón por la que se decide contratar un título o el argumento esgrimido para dictaminar un veredicto sobre la calidad del mismo. Finalmente, el tercer actor implicado es el librero: sin el librero prescriptor, sin el librero animador a la lectura, las librerías seguirán siendo esos lugares siniestros para los jóvenes. En ese sentido, la labor que están realizando entidades como la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, con su plataforma S.O.L., el trabajo de libreros agrupados como el caso del Club Kirico, o de libreros en solitario como El Dragón lector son dignos de reconocimiento. Que sean ejemplo de lo que padres y maestros podemos y debemos hacer para fomentar el hábito de la lectura entre nuestros hijos y alumnos. Pero para eso, que nos pillen con un libro en la mano, claro.