
Sus microgramas, escritos a lápiz, que embadurnaron cientos de páginas y papelillos, son metáfora líquida para estos tiempos líquidos. En palabras de Sebald, "todo lo que está en estos libros incomparables tiene tendencia, como quizá hubiese dicho su autor, a evaporarse".
Tiempos difíciles los nuestros para el compromiso, para lograr desbrozar nuestra identidad personal; Sebald nos desvela, más allá de la neurosis que llevó a Walser a pasar sus últimos años de vida en el manicomio de Herisau, la identidad líquida de su autor, que se despersonaliza y diluye en su escritura a lápiz.
"Desde el principio sólo estuvo ligado al mundo de la forma más fugaz", apunta Sebald. Walser se convierte así en un referente indiscutible para esta sociedad líquida: "no era un visionario expresionista que profetizara el fin del mundo, sino... un vidente de lo pequeño"; "sus escenas sólo duran un parpadeo y también a las figuras humanas de su obra se les concede la vida más breve". Escritura callada, anónima, "que rehúsa los grandes gestos". Mi invitación: lean a Walser.
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El paseante solitario, W.G. Sebald, Siruela, 2007.
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