miércoles, 26 de noviembre de 2008

Books, Shakespeare and Company. El caso Sylvia Beach

Desde años soy un asiduo de las librerías de viejo, de las librerías de lance y a veces hasta de los anticuarios y gente de almoneda que tiene libros raros y polvorientos arrumbados en un rincón. Aún recuerdo mis años de adolescencia, en los veranos en el Postiguet, cuando las tardes las pasaba en la trastienda de una librería de segunda mano –hoy desaparecida junto con el edificio– de la calle mayor, cerca de la Plaza del Ayuntamiento. Se me podía encontrar en la última estantería, en el último pasillo de la sinuosa librería, tirado en el suelo, buscando El vizconde de Braguelone, en la edición de tres volúmenes de la Editorial Lorenzana, en aquellas maravillosas ediciones con lomos dorados y piel azul, con la silueta de Nôtre Dame de París en la cubierta, calada en oro. Los volúmenes aún están destacados en la librería del salón de mi casa, como un testigo fiel de lecturas adolescentes, siempre apasionadas y compulsivas.

La visita a estas librerías de batalla –cementerio vivo de libros vencedores del tiempo, de las modas, de las rentrées– no deja de ser obligada en mis viajes. Rastreo las estanterías con la misma ilusión de entonces, en busca del libro no leído, de la edición curiosa o del ejemplar raro y sorprendente. No siempre se consiguen triunfos; otras veces, la presa está muy alejada de mi bolsillo; pero el simple hecho de tener en las manos el ejemplar deseado, satisface y justifica la visita. La última ha sido a un pequeño librero anticuario de la calle Uniwersytecka de Wroclaw, en Polonia. La pieza, una preciosa edición del Zaratustra de Nietzsche, fechada en Leipzig en 1900 –el año de la muerte del filósofo– y editada por C.G. Naumann. Y todo, por 16 zlotys, menos de 5 euros.

En los últimos años, las posibilidades de visita a libreros de viejo se han multiplicado por mil, gracias a sitios web como iberlibro.com o uniliber.com. La posibilidad de localizar libros agotados, antiguos o raros en cientos de librerías de todo el mundo, de comparar precios y ediciones, de lograr la mejor opción de envío, todo esto llena de satisfacción a un loco aficionado por la bibliofilia. Quizá se ha perdido el contacto físico con la librería, pero el nivel de servicio de estos libreros de viejo adaptados a las nuevas tecnologías es muy alto (mucho más que la de cualquier librero de nuevo), la comunicación personal y profesional con el librero vía e-mail facilita mucho las cosas, y la emoción al encontrar la pieza sigue siendo igual de intensa, aunque uno ya no pueda tocar y hojear las presas valiosas que no va a comprar.

Esa emoción la sentí, hace unos años cuando, con motivo de preparar un curso de gestión de librerías, y con el ánimo de dar a mis alumnos un repaso sobre la historia reciente de las librerías, topé con un ejemplar del libro de Sylvia Beach Shakespeare & Company, The Store o fan American Bookshop in Paris, publicado por Harcourt Brace & Co., en primera edición, en 1959. A los cinco días de la compra, la librería estadounidense me envió a casa, en sobre de burbujas e impecablemente envuelto en papel de periódico, un precioso ejemplar, en tapa dura, encuadernado en tela amarilla y con sobrecubierta fatigada y un poco sobada. Mi primer gesto: abrir el ejemplar para olerlo. Por lo demás, el ejemplar estaba impecable, salvo por el “mordisco” interior en las páginas 107-108, por razones que aún no consigo descubrir.

El ejemplar del libro de Sylvia Beach me sirvió para llamar la atención a mis alumnos sobre la vida de unas de las libreras más interesantes del siglo XX, la americana que en 1919 abrió una pequeña librería, Shakespeare and Company, de libros en inglés en París, años después trasladada a la calle de l’Odèon, que se convirtió en un centro de referencia cultural y literario en los años de la Europa de entreguerras. Por la librería pasaron y se quedaron como asiduos clientes y amigos tanto los escritores franceses del momento, como Paul Valéry, León-Paul Fargue o André Gide, como escritores anglosajones de la talla de Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Gertudre Stein, T.S. Eliot, D.H. Lawrence o James Joyce.

La historia de esta librera se funde con la de su librería, y su libro es un verdadero testimonio de cómo ambas se convirtieron en un centro telúrico de la cultura del momento. Pero Sylvia Beach no fue una librera al uso; acometió empresas de alto riesgo para su época, como afrontar en solitario la edición de los primeros ejemplares del Ulises de James Joyce, un autor perseguido por la censura en su país y con serios problemas económicos. Beach se encargó, sin conocimiento del autor, de imprimir en una imprenta de Dijon dos ejemplares de la monumental obra, encuadernados en tapas azul griego, que entregó en mano a su autor el dos de febrero de 1929, con motivo de su cumpleaños. El autor, sorprendido y agradecido, dedicó un poema a su librera, editora y benefactora:



“¿Quién es Sylvia? ¿Cómo es?
¿Por qué la alaban todos nuestros escritores?
Es una joven y valiente yanqui
Que, llegando desde el oeste, ha conseguido
Que todos los libros puedan llegar a publicarse.”



Durante la Segunda Guerra Mundial, la librería Shakespeare and Company recibió varias visitas de soldados del ejército de ocupación alemana. En una ocasión, en 1941, por culpa de un ejemplar único del Finnegans Wake que Beach se negó a vender a un irritado oficial, la librera se vio obligada a desmantelar la librería y guardar sus valiosos tesoros a la espera de mejores tiempos. La maniobra le costó seis meses en un campo de confinamiento. De regreso a París, fue liberada, en una rocambolesca aventura, por un joven Hemingway, con un uniforme de campaña sucio y ensangrentado, a lomos de un jeep del ejército americano.
En fin, sus memorias están llenas de anécdotas, respiran amor por los libros y por la literatura en todas sus páginas, y reflejan el testimonio de una librera que participó activamente en la difusión de la cultura anglosajona desde una pequeña librería en tiempos difíciles.
Cuando me incorporé, a comienzos del año 2007, a la Editorial Páginas de Espuma para dirigir su colección Voces/ Ensayo, le presenté a su director el proyecto de recuperar las memorias de Sylvia Beach como mi libro de presentación de la nueva etapa de esta colección. En los años ochenta, un pequeño sello barcelonés, Ediciones Thor, publicó, en traducción de Roser Infiesta, una edición tamaño bolsillo del libro de Sylvia Beach. Contacté con la familia Infiesta, propietaria en su momento de la editorial, con ánimo de localizar a la traductora.


A continuación, inicié los trámites para ofertarles la recuperación de dicha traducción, con la posibilidad de revisarla y actualizarla. Mientras, una vez que contactamos con la editorial americana que disponía en la actualidad de los derechos (University of Nebraska Press, que en 1991 publicó una edición en rústica, con una cubierta ciertamente horrible), conseguimos que nos indicaran qué agencia literaria ostentaba los derechos para su edición en español.

Cuando llamamos a dicha agencia ni tan siquiera sabían sus gestores que representaban al sello americano. Iniciamos las negociaciones, presentando las líneas generales del proyecto. La agencia nos preguntó si queríamos algún ejemplar de la obra. Como soy muy celoso de mis posesiones bibliográficas, solicité que nos enviaran dos ejemplares, para poder trabajar con ellos con facilidad. Al final fue la propia editorial americana quien nos envió por courrier unas fotocopias de su edición, que contaba con un prólogo del poeta James Laughlin. Pasados unos días, en contestación a nuestra solicitud, la agencia reaccionó, pero no en el sentido que esperábamos.

Para nuestra sorpresa, la misma agencia, que hace unos días ni sabía de la existencia de Sylvia Beach ni de sus memorias, y que tampoco sabía que representaba a la editorial americana, nos salió con que tenía una oferta de otro sello editorial. La representante de dicha agencia nos aclaró, no obstante, que “como nosotros habíamos sido los primeros”, teníamos una opción de presentar oferta en primer lugar. Inocentes de nosotros, la presentamos; la sorpresa fue mayúscula cuando, semanas después, la responsable de la agencia nos aseguró que los colegas de la otra editorial habían doblado nuestra oferta. Ante los nuevos acontecimientos, y aceptando con deportividad la situación, decidimos abandonar semejante locura. No supimos entonces quién era el editor rival, y decidimos dar carpetazo al asunto. No juzgo, tan sólo constato los hechos.

Meses más tarde, con motivo de una presentación en Barcelona de uno de nuestros libros, visité en abril pasado la librería La Central del Rabal. Tengo por costumbre no salir de una librería sin haber comprado un libro. Esta vez la elección no fue difícil, y la sorpresa no fue por el libro en sí, sino por la alegría de constatar la preciosa edición que Ariel había sacado al mercado, por fin, del libro de memorias de Sylvia Beach. El misterio se había resuelto y felicito a Mauricio Bach por su buen gusto en la edición del libro, dentro de su colección Biografias y Memorias del siglo XX.

Dos detalles: se recupera la traducción de Roser Infiesta –revisada por el propio Mauricio Bach–, y se rescata la viñeta que habría capítulo en la primera edición americana, que reproduce un curioso retrato de Shakespeare, logotipo de la librería en la calle de l’Odèon. Esta edición utiliza a su vez bastantes fotografías –no todas– de la primera edición de 1959, e incorpora algunas menos conocidas de la autora. El resultado final es magnífico, muy atractivo, y confieso que en el avión de vuelta a Madrid no pude resistirme a comenzar de nuevo su lectura, esta vez la tercera: “Mi padre, el reverendo Silvestre Woodbridge Beach, D.D., fue ministro presbiteriano que durante diecisiete años ejerció como pastor en la Primera Iglesia Presbiteriana de Princeton (Nueva Jersey).”

Les invito a continuar con su lectura, no se arrepentirán. Y le deseo larga vida en las librerías de nuevo a esta edición en la editorial Ariel; que no sucumba a las lógicas financieras del grupo al que pertenece.

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