martes, 30 de noviembre de 2010

EDITANDO


El vuelo del Alción continúa su singladura en el blog de Fórcola Ediciones, mi personal proyecto editorial.

El editor tradicional, propio del mundo analógico, textual, del libro en papel, ha sido casi siempre un personaje en la sombra, artesano o gerente (editor o publisher, según los casos), que ha mantenido una relación intermediada con sus lectores a través de sus libros, de su catálogo, de los distribuidores y libreros, incluso de los periodistas y críticos literarios, por lo que el conocimiento que el lector podría tener del artífice de esa labor editorial era sesgado, difuminado, a todo lo más anecdótico, en muchos casos, irrelevante.

La web 2.0 no ha traído el fin de los editores como intermediarios entre el autor y el lector; por el contrario, el editor será el mejor divulgador de su trabajo, de sus libros, porque los compartirá con sus lectores directamente, haciéndoles partícipes de las inquietudes, motivaciones o razones por las que se decidió a publicarlos, pero donde además conversará abiertamente de sus lecturas y sus aficiones, en definitiva, se contará a sí mismo, no por un ejercicio de exhibicionismo barato, sino por secundar la llamada al compartir y participar sobre la que se sustenta la Web 2.0, y que Fórcola hace hoy suya con este blog. Bienvenido, lector, a ésta tu casa.

Te invito a conocerlo.

martes, 6 de abril de 2010

Robert Walser, el nómada urbano


«¿Seré un hombre de ciudad nato? Es muy posible.»


Todos los escritos de Robert Walser, los publicados en vida y los que forman esa masa ingente de su legado, tienen algo de autobiográfico. Esta pregunta clave y con tanta carga simbólica se la hace el personaje central de Jacob von Gunten, una de las novelas más autobiográficas del escritor suizo.


Los walserianos españoles e hispanoamericanos estamos de suerte con la reciente publicación de una nueva «biografía literaria» de este escritor al que, gracias a editores como Carlos Barral, Felisa Ramos o Jacobo Siruela, vamos descubriendo poco a poco. Ahora Ediciones Siruela, que ya publicó hace un tiempo un hermoso texto de Sebald sobre Robert Walser, El paseante solitario, nos regala este libro de Jürg Amann que explora, de forma original, aspectos más íntimos y familiares de la vida de este escritor al que no deja de referirse como «nómada urbano».


En efecto, Walser tiene mucho del prototipo de ciudadano centroeuropeo de entreguerras que, preso del anillo de Clarise, vive una vida fragmentada, nunca resuelta, siempre en escorzo, en una constante trayectoria abierta que, cual flecha inmantada, nunca llega a dar en la diana.
Aún así, «él sigue adelante. Continúa igual. De trabajo en trabajo. Durante cinco meses es auxiliar en una empresa de banca y transportes en B. En dos editoriales de S. se dedica durante algún tiempo a los anuncios. En Z. es empleado sucesivamente como oficinista en dos fábricas de maquinaria rivales. Como criado doméstico limpia durante algún tiempo los zapatos de una dama judía, sacude sus alfombras, en las que no hay nada que sacudir, y le sirve la comida. Durante una temporada a un abogado le desordenará adrede distintos legajos. Durante un breve espacio de tiempo trabajará en una librería como un bibliófilo que desea convertir su bibliofilia en la base de su existencia A continuación, ni siquiera él mismo sabe qué hace en una fábrica de máquinas de coser… En todo ello su único consuelo es la transitoriedad de los trabajos».

Esta constante permanencia en la cuerda floja, en la transitoriedad en estado puro, en la liquidez de una vida que no llega a fijarse o anclarse en ningún puerto, se refleja a su vez en el nomadismo de un urbanita que no cesa de cambiar de domicilio:


«Si fuera una figura de ajedrez, sería el caballo. Dos pasos en línea recta, uno en diagonal. O dos en diagonal y uno en línea recta. Lo imaginamos más entre las casas que en casa. En las escaleras de los edificios, en los descansillos, en los umbrales. Más ocupado en inspeccionar habitaciones con caseros, y más frecuentemente aún con caseras, que habitando después estas habitaciones».


La figura de Walser siempre estará asociada, en lo literario a lo fragmentario, en lo personal, al flâneur sin dirección única, en lo estético y lo filosófico al paseo sin rumbo.


«Él no es solamente un nómada urbano, también le gusta emprender largas caminatas por el campo.» De entre todas sus piezas literarias, sin duda El paseo sigue deslumbrando con esa claridad del mediodía, cuando las cosas no tienen sombra.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La vida íntima de los encendedores: Titanic, 2012 y animismo ultramoderno


FIL Guadalajara 2009
30 de noviembre

Presentación del libro: La vida íntima de los encendedores: animismo en la sociedad ultramoderna, de Ignacio Padilla.

Una fría mañana de invierno, de camino a la Facultad de Filosofía, en su rutinario paseo esperado por sus vecinos con una puntualidad nunca traicionada, Manuel Kant encaminaba sus pasos en una nueva meditación, a vueltas con las tres preguntas fundamentales que el ser humano se ha planteado desde que el mundo es mundo: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? Estamos en Köninsberg, la actual Kaliningrado, en las cercanías de la desembocadura del río Pregel, que desagua en el Lago del Vístula, a tiro de piedra del mar Báltico, a finales del siglo XVIII. El paso firme y meditativo del filósofo no oculta su intensa concentración en estas tres preguntas que en esos años, 1787-1788, se completaban con una cuarta no menos trascendental: ¿qué puedo hacer? Uno de los retos para la mente del filósofo era descubrir los límites de la razón, en definitiva, los límites del yo. El otro era un misterio que se resolvía tendiendo la mano y firmando la paz perpetua. Pero hay otro límite más amenazante: lo otro, el ahí fuera, las cosas, el mundo, el universo. La Ilustración empezaba a ser consciente de y dibujar los límites de la isla donde habita el hombre, y Kant fue uno de sus primeros topógrafos. Treinta años antes, el joven Kant se había asomado a uno de esos límites, esta vez el límite exterior: en 1755 publica su Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, Kant diseñó la hipótesis de la nebulosa protosolar, en donde dedujo correctamente que el Sistema Solar se formó de una gran nube de gas, una nebulosa. Los límites del mundo se hacen gaseosos, efímeros, amenazantes.

***
La helada noche del 14 al 15 de abril de 1912, en aguas de Terranova, con un mar en calma que, sin olas, aparecía como un espejo de líquido negro, el Titanic, el segundo de un trío de transatlánticos, la clase Olympic, que pretendía dominar el negocio de los viajes transoceánicos a principios del siglo XX, navegaba ajeno a la amenaza que se cernía bajo las aguas. El monstruo tecnológico fue diseñado por Thomas Andrews, era una máquina perfecta destinada a revolucionar los viajes transoceánicos, orgullo de la naviera White Star Line. A altas horas de la madrugada, en una inútil maniobra, la máquina no pudo evitar el encontronazo con un iceberg cuyo impacto provocó que placas de estribor se abrieran con 6 brechas diferentes que en total sumaban 5 compartimentos con agua. La máquina poderosa quedó herida mortalmente y el desastre inevitable llegó en apenas unas horas. La todopoderosa ingeniería humana se vio derrotada por primera y traumática vez en el siglo XX, un antecedente del terror que nos produce toda nueva máquina que desafía el poder de la Naturaleza.

Han pasado 100 años: 2012, fuimos advertidos. La Naturaleza sigue latiendo en su misterio amenazante ante nosotros. La nebulosa protosolar imaginada por Kant se revela ya en todo su terror cósmico: el Sol sufre las mayores tormentas solares en la historia de la humanidad, lo que ha ocasionado que los neutrinos empiecen una serie de reacciones físicas que elevarán la temperatura del núcleo de la Tierra. El cosmos late y el hombre tiembla.

***

De cómo el temor ante lo otro, las cosas y el cosmos sigue latente en el caminar diario del hombre, dotando de vida a una naturaleza amenazante, y de cómo a su vez, para evitar la soledad cósmica en la que se siente, el hombre ha estado siempre fascinado por duendes, espíritus, muñecas mecánicas y máquinas relucientes y todopoderosas, nos habla Ignacio Padilla en su libro La vida íntima de los encendedores: animismo en la sociedad ultramoderna.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El olvido de Auschwitz y la importancia de la memoria

Estos días se ha publicado uno de los testimonios más sobrecogedores de una de las miles de víctimas que la Gestapo condenó al sufrimiento y, aparentemente, al olvido: el Diario de Petter Moen, publicado por Veintisiete Letras. La lectura atenta y lenta (es imposible sobrevolar unas páginas en las que cada palabra, al igual que el clavo con las que originariamente se escribió, se graba en nuestra conciencia) de este Diario nos hace ser testigos lectores de esta bajada a los infiernos de un torturado por la irracionalidad y la barbarie de los nazis.



La lectura de este testimonio se convierte en un ejercicio moral, en un compromiso con que este Diario no quede ya en el olvido de los "nuestros", aquellos más cercanos a los que irremediablemente les prestaremos o recomendaremos la lectura de este testimonio, que por su singularidad y crudeza, es obligado rescatar y atesorar en nuestro recuerdo y reflexión. Lectura comprometida que subvierte corazones y adiestra conciencias, a las que alerta del peligro del olvido, de la injusticia de la memoria laxa.


Reyes Mate, reciente Premio Nacional de Ensayo por su La herencia del olvido (Errata naturae, 2009), ya apuntaba hace unos años del problema de la memoria, su debilidad extrema. Tanta que, hasta ese acontecimiento radical, hecho singular, único, que es la Shoa, el Holocausto, figura de la barbarie extrema, sigue aún siendo desconocido hasta ahora en su maldad. Cientos de libros se han publicado y traducido ya al español de un acontecimiento que aún nos desconcierta y del que nos resulta extraer una pauta de comportamiento hacia el futuro, una transformación de corazones, un despertar de la conciencia.

Libros como el de Moen son un potente despertador de esa conciencia y ese compromiso con la memoria. Para Mate, en su libro Por los campos de exterminio, la esencia del olvido consiste en declarar insignificante para el conocimiento la "historia passionis" de la realidad (como es el caso de Moen). Por tanto, la memoria no es fundamentalmente un recuerdo del pasado, sino el reconocimiento de esa parte olvidada de la historia, la de las víctimas, la del sufrimiento de los torturados, como parte de la realidad.





Para Mate, olvidamos el sufrimiento porque entendemos que no es significativo a la hora de comprender la realidad. Cuando tropezamos con el sufrimiento, en esta sociedad superficial y consumista, giramos la cabeza, cambiamos de tema, tomamos un analgésico. El dolor y el sufrimiento lo desterramos al olvido más aséptico posible, le condenamos al zapping, subimos el volumen de nuestro automático hilo musical, lleno de decibelios sensibleros.



Para Mate hay que sobreponerse a esta sensiblería. Testimonios como el de Moen nos golpean la conciencia, nos despiertan del sueño del olvido, Leteo mórbido, y nos ayudan a resituar el sufrimiento en nuestra propia vida, considerándolo como un momento de la realidad. Esa es, concluye Mate, la obra de la memoria: "recordar es reconocer que el sufrimiento forma parte de la realidad; que la realidad no es sólo lo presente, sino también lo ausente".

Entonces, ¿cuál es la lección de Auschwizt? Que de la realidad forma parte un lado oscuro, invisible, una historia de sufrimiento. El olvido supone una condena mantenida en el tiempo contra las víctimas. La memoria, como compromiso moral, no supone recordar el tiempo pasado sino traer al presente, el reconocer la vigencia del pasado marginado, del pasado de los perdedores.

La memoria se erige así en equivalente de la justicia. La lectura de libros como el Diario de Moen se transforman así en un acto de justicia.

jueves, 5 de noviembre de 2009

A vueltas con el oficio de editor

Estos días he recalado en la lectura de una de esas perlas editoriales que de vez en cuando se encuentra uno paseando de librerías. Esos paseos, marcados por lo impredecible, llegan a ser fructíferos si uno está dispuesto con ánimo aventurero, y con los sentidos atentos a cualquier mínimo detalle que le ponga en la pista de una buena cacería.
El flâneur, amigo de lo anecdótico, lo mínimo, el detalle, lo imprevisto, los recobecos, la dirección única, los encuentros fortuitos, no está reñido con el espíritu despierto, con la mirada atenta, con la sensibilidad a los dedos, a la caza de una cubierta llamativa (cada vez más difíciles de encontrar), un texo de contra sugerente (rara avis más difícil aún), un índice, si lo hay, convincente, y una mínima cata lectora fructífera, gratificante.


Mucha incursiones de paseante errático en busca de lectura me hacen recalar en mis caladeros habituales en Madrid: Rafael Alberti, Pasajes, Polifemo, Machado... En uno de mis desvíos por librerías -uno siempre anda de desvíos por la vida, intentando retomar las distintas trayectorias perdidas- calló en mis manos una de esas perlas, En defensa de los ociosos, de R.L. Stevenson (Gadir, 2009, en traducción de Carlos García Simón), un librillo de los de compra por impulso, ahí, inocentemente colocado por el librero junto a la caja registradora, esos de los que te percatas justo cuando te estás llendo de la librería con las manos vacías, oportunidad de gracia para todo visitante que no se resiste a marchar con las manos vacías de un lugar (cueva del pensamiento, morada de la imaginación) que, como la librería, nos ha acogido con mino durante varias decenas de minutos.


Ya no tanto por sus páginas, un suspiro, como por su invitación politicamente incorrecta a la gasconada, el librito se deja leer de un tirón, dejando un buen sabor de boca, por lo que tiene de provocador, de contracorriente, de actual, de plantado. Una muestra: "Además de la lectura, hay muchas otras cosas que resultan moletas, y no pocas que se vuelven imposibles, en el momento en que un hombre ha de usar anteojos y no puede caminar ya sin bastón. Los libros son, a su manera, beneficiosos, pero no dejan de ser un pálido sustituto de la vida".

Toda una petición de principios que se ajusta poco con la moralina que destilan tantos planes de fomento a la lectura de muchos gobiernos que se empeñan en hacer de la lectura una especie de religión, de obligación, y que al libro dotan de ciertos poderes mágico-tránticos. La lectura no puede ser un absoluto, sobre todo en una vida, como la nuestra, trasunta de biografía (no toda lectura recala de la misma manera en las distintas etapas de la vida) y marcada por la transitoriedad (nuestro tiempo es finito, y aunque la lectura y los libros nos acercan intuitivamente a la inmortalidad, no dejan también de recordarnos lo efímero de nuestra vida).

Aún así, la lectura de estas líneas me ha hecho reflexionar estos días sobre mi profesión, la de editor, que tiene mucho que ver con lo que insinúa Stevenson, pero a la contra. Para alguien cuya profesión se desenvuelve siempre entre libros y lecturas, entre imprentas y librerías, entre autores y editores, palabra viva que florece en unos para germinar en otros, letra impresa (papeles pintados, dice un buen amigo mío) y vida se funden irremediablemente en un mismo bucle. De tal forma que la profesión se convierte en oficio artesano que al crear (que no fabricar) libros me conforma y rediseña día a día como persona.

Entiendo mi oficio en clave personal, o mejor, personalista. Este oficio se vuelve quehacer de artesano, tiene mucho de proyecto vital, donde lectura y biografía se confunden, donde la edición se vive como vocación, llamada a ser algo distinto que me trasciende, acercamiento diario a algo que se intuye pero que nunca se llega a alcanzar. Lo cual no genera frustración, sino constante necesidad de seguir avanzando, en busca de esa melodía donde palabras y formas se acompasen mejor. Oficio artesano que tiene mucho de orfebre, de cincelador, de escultor, de pintor puntillista.
El de editor es además un oficio personal futurible, en tanto que de forma espectante aborda su quehacer mirando siempre hacia delante, al futuro próximo, puestas sus esperanzas y quebraderos de cabeza en el siguiente libro por venir. El editor no se gira nunca hacia la ruina del pasado, cual Angelus novus, un pasado lleno de sinsabores, duermevelas, devoluciones, fracasos, sino que, con la ilusión de un niño, mira siempre hacia adelante, huyendo de la sal que le petrifique su fuerza vital, su entusiasmo, su idea originaria, esa de la que surge todo y a la que todo regresa.

Hago mías, entonces, las palabras de otro editor, que sabe describir mejor que yo esa fuerza que día a día hace de tripas corazón y me permite seguir, con la misma ilusión que siempre, esta tarea que es vida, este oficio que es pasión, esta condena que es dicha:

"Ser editor no es solamente poseer un savoir faire y el recuerdo de ciertas enseñanzas. Consiste, en primer lugar, en manifestar un "querer hacer", aliado con un querer soñar. Es también en ocasiones un "saber sobrevivir". Digamos más sencillamente que es tener un ápice de esa locura que Bourdalouse llamaba aheurtement, o si se prefiere: ser más obstinado que una mula". Las palabras son de Hubert Nyssen, en su libro La sabiduría del editor, publicado por Trama Editorial, en traducción de A. Cabrera Granados. Me quedo con la idea: editor, oficio de mulas.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Travesía ultramarina a los libros: Juan Domingo Argüelles, poeta


El regreso a la ciudad no sólo implica una repatriación a la rutina, al ruido, al insomnio y al trabajo a deshoras. Grato es volver para, en los momentos perdidos e inesperados, recalar en los pozos donde uno va saciando su sed. Uno de esos mis pozos es la Librería Pasajes, donde esta tarde me esperaba una sorpresa anunciada.


La Travesía, antología ultramarina (1982-2007), el nuevo libro de Juan Domingo Argüelles, nos da a conocer al poeta y al amante de los libros. Juan Domingo, prolífico autor de libros que hablan de la lectura y del libro, reune sus poemas más queridos en esta antología "para España", que publica impecablemente Renacimiento, en su Colección "Azul".


De sus poemas, selecciono uno que podría servir a modo de lema de la labor que por el fomento y la difusión de la lectura, por un lado, y por la desmitificación del libro y la edición, por otro, con tanto acierto ha venido luchando Juan Domingo durante estos años. El poema se titula "Un libro, este libro, cualquier libro", y viene dedicado Para el lector posible:


Un libro,
sin el pensamiento
y la sensibilidad,
no sirve para nada.

Mucha gente que lee libros
olvida esto, pero tú no lo olvidarás.
Lo importante de un libro
no es el libro en sí,
sino lo que suscita el libro,
lo que sucede, irremediablemente,
después de leer un libro,
este libro, cualquier libro.
Tú que lees libros,
por favor, no lo olvides.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

De regreso de mi "sueño oriental". Entre Venecia y Constantinopla


Los regresos siempre son duros. Mi silencio de estos días es significativo, no logra más que disimular la nostalgia de los días dorados, la melancolía por el retorno, la esperanza ilusionada por volver... Contemplo, como De Amicis, del que ya he hablado en alguna ocasión, la senda que marca el barco en su partida de vuelta: «¡Mi bello sueño oriental ha concluido!», última línea de su maravilloso libro dedicado a una Constantinopla que ya no existe, allá por finales del siglo XIX.


Descubrí Constantinopla gracias a Pamuk, con cuyo Estambul bajo el brazo he disfrutado lo suyo estos días de veraneo, que no de vacaciones, como decía nuestro amigo Constantino Bértolo. La melancolía que a De Amicis le producía la partida le hace acordarse de otro desterrado, de Ovidio, cuyos versos inspiran al italiano: «quocumque auspicias nihil est nisi pontus et aer…». En el frío destierro escribió el poeta las Pónticas. «Adonde quiera que miro, no veo sino mar y cielo el uno, hinchado por las olas».

Constantinopla desaparecía en el horizonte ante la mirada ya nostálgica de De Amicis: «Las dos márgenes de Asia y Europa se reducen a dos tiras negras… Pero la veo todavía a mi querida Constantinopla…». Para un enamorado de esta ciudad, la partida se hace traumática, fuente constante de inspiración: “Más que por la belleza, Constantinopla es una ciudad en que no se puede habitar algún tiempo sin recordarla después por toda la vida con un sentimiento de casi nostalgia. Por eso también los europeos la aman con entusiasmo y echan allí profundas raíces”.

Hago mías las palabras de De Amicis, pero para recordar ahora la impronta que me ha dejado esta cuarta estancia en Venecia. El recuerdo permanecerá vivo, muy vivo, hasta que retorne en un par de años… Comparto con vosotros uno de los tesoros que he traído conmigo: Una postal que nunca escribí, porque al fin mis planes de acercarme a Trieste, ciuadad de Magris, de Zvevo, de Joyce, de tantos..., se vieron truncados por la maldición de aquél que sucumbe ante la poderosa belleza de esta ciudad, que te atrapa y seduce, que te retiene, una vez más… Una postal enviada desde Trieste en 1919, con «recuerdo afectuoso», que recibió alguien en alguna pequeña pensión veneciana… Un afecto que ha permanecido latente desde el 20 de agosto de 1919, como anuncia el matasellos, en forma de recuerdo postal que en su día llegó en tren atravesando la laguna y hoy, tras un viaje en avión, descansa entre los libros de mi biblioteca veneciana.


Con Pamuk viajé de Venecia a Estambul, y de su mano, de la de Amicis y Runciman (su libro sobre la Caída es imprescindible), redescubrí también la Estambul más literaria, Constantinopla, «de día la ciudad más espléndida de Europa, y de noche la ciudad más tenebrosa del mundo». Con Pamuk también descubro nuevas razones para leer, para seguir leyendo y para seguir escribiendo:
«¿Por qué escribo? ¡Escribo porque me sale de dentro! Escribo porque soy incapaz de hacer un trabajo normal como los demás… Escribo no para contar una historia sino para crear una historia. Escribo para librarme de la sensación de que hay un sitio al que debo ir pero al que no consigo llegar, como en un sueño. Escribo porque no consigo ser feliz. Escribo para ser feliz», leo en La maleta de mi padre.
Pamuk me sale al encuentro, además, precisamente estos días, para mí cargados de recuerdos y nostalgias. He comenzado Otros colores y leo en «Mi padre»: «La muerte de cada hombre empieza con la de su padre». Días de nostalgia, días llenos de buena literatura, retorno del laberinto y nuevos comienzos, con proyectos, con la ilusión de volver a tanta belleza…
«Los últimos restos de la neblina se desvanecen, y el tono claro oscuro azulea, resplandece, cabrillea, brilla, ¡es agua, es cristal, es un espejo, es una rada, es un estrecho, es un mar!, ¡ya son dos mares!...».
Días dorados de lecturas y sueños... Seguiremos leyendo, seguiremos soñando.