miércoles, 9 de diciembre de 2009

La vida íntima de los encendedores: Titanic, 2012 y animismo ultramoderno


FIL Guadalajara 2009
30 de noviembre

Presentación del libro: La vida íntima de los encendedores: animismo en la sociedad ultramoderna, de Ignacio Padilla.

Una fría mañana de invierno, de camino a la Facultad de Filosofía, en su rutinario paseo esperado por sus vecinos con una puntualidad nunca traicionada, Manuel Kant encaminaba sus pasos en una nueva meditación, a vueltas con las tres preguntas fundamentales que el ser humano se ha planteado desde que el mundo es mundo: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? Estamos en Köninsberg, la actual Kaliningrado, en las cercanías de la desembocadura del río Pregel, que desagua en el Lago del Vístula, a tiro de piedra del mar Báltico, a finales del siglo XVIII. El paso firme y meditativo del filósofo no oculta su intensa concentración en estas tres preguntas que en esos años, 1787-1788, se completaban con una cuarta no menos trascendental: ¿qué puedo hacer? Uno de los retos para la mente del filósofo era descubrir los límites de la razón, en definitiva, los límites del yo. El otro era un misterio que se resolvía tendiendo la mano y firmando la paz perpetua. Pero hay otro límite más amenazante: lo otro, el ahí fuera, las cosas, el mundo, el universo. La Ilustración empezaba a ser consciente de y dibujar los límites de la isla donde habita el hombre, y Kant fue uno de sus primeros topógrafos. Treinta años antes, el joven Kant se había asomado a uno de esos límites, esta vez el límite exterior: en 1755 publica su Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, Kant diseñó la hipótesis de la nebulosa protosolar, en donde dedujo correctamente que el Sistema Solar se formó de una gran nube de gas, una nebulosa. Los límites del mundo se hacen gaseosos, efímeros, amenazantes.

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La helada noche del 14 al 15 de abril de 1912, en aguas de Terranova, con un mar en calma que, sin olas, aparecía como un espejo de líquido negro, el Titanic, el segundo de un trío de transatlánticos, la clase Olympic, que pretendía dominar el negocio de los viajes transoceánicos a principios del siglo XX, navegaba ajeno a la amenaza que se cernía bajo las aguas. El monstruo tecnológico fue diseñado por Thomas Andrews, era una máquina perfecta destinada a revolucionar los viajes transoceánicos, orgullo de la naviera White Star Line. A altas horas de la madrugada, en una inútil maniobra, la máquina no pudo evitar el encontronazo con un iceberg cuyo impacto provocó que placas de estribor se abrieran con 6 brechas diferentes que en total sumaban 5 compartimentos con agua. La máquina poderosa quedó herida mortalmente y el desastre inevitable llegó en apenas unas horas. La todopoderosa ingeniería humana se vio derrotada por primera y traumática vez en el siglo XX, un antecedente del terror que nos produce toda nueva máquina que desafía el poder de la Naturaleza.

Han pasado 100 años: 2012, fuimos advertidos. La Naturaleza sigue latiendo en su misterio amenazante ante nosotros. La nebulosa protosolar imaginada por Kant se revela ya en todo su terror cósmico: el Sol sufre las mayores tormentas solares en la historia de la humanidad, lo que ha ocasionado que los neutrinos empiecen una serie de reacciones físicas que elevarán la temperatura del núcleo de la Tierra. El cosmos late y el hombre tiembla.

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De cómo el temor ante lo otro, las cosas y el cosmos sigue latente en el caminar diario del hombre, dotando de vida a una naturaleza amenazante, y de cómo a su vez, para evitar la soledad cósmica en la que se siente, el hombre ha estado siempre fascinado por duendes, espíritus, muñecas mecánicas y máquinas relucientes y todopoderosas, nos habla Ignacio Padilla en su libro La vida íntima de los encendedores: animismo en la sociedad ultramoderna.

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